Guía del postulante
Ciudadanos, es nuestra tarea, es nuestro deber y salvación, rendir un homenaje a todos aquellos que este año postularon o postularán por primera vez a sus hijos al colegio.
Después de haber sobrevivido el trauma de dejar atrás su apacible y regalada vida de pareja con doble ingreso y sin niños, ahora les toca mucho más duro. El cabro chico o la cabra chica van a hacer su debut en el mundo de la competencia, de la cual sólo salimos cuando nos enfundan con el pijama de madera. Más encima, eso les va a costar plata. Y paradójicamente mucha, si la postulación anda bien.
Bueno, no es tan terrible. Después de todo, se podría pensar que no hay gran cosa en juego, que no es tan terrible para el futuro de los niños, que pueden ser felices igual, que mejor relajarse.
Pero nada de eso es cierto. Si alguien no está urgido con la elección de colegio para sus cabros chicos es monje budista o se hace el que no le importa. Hay que admitirlo y vivir la neurosis mientras se lidia con monjas, curas y civiles obsesionados con el rendimiento, el proyecto educativo, la prueba simce y que, más encima, tienen el poder de elegirlo a uno.
Porque al que eligen en los colegios es a uno. Se selecciona a los padres, no a los niños. Así que ellos pueden relajarse, pero uno no. No quiere decir que el futuro de estos adorables pequeñitos esté en juego, porque está claro que hay que echarlos de la casa a los 18 si no queremos que se queden hasta los 35. Cómo se las arreglan de adultos será problema de ellos.
Esto de los colegios es más que nada, una cosa de orgullo propio. Tonto, pero propio. Sería peor si fuera tonto y ajeno
Uno se achaca cuando se acaban las entradas para un concierto o no encuentra zapatos de su talla. Cómo no lo va a pasar mal si se acaban las vacantes para un colegio. Así que nada, a vivir y disfrutar esa bendición que son los niños.
Y si no quedan en el colegio ese que tanto les gusta, no hay drama. La culpa no es de ellos. Es de ustedes.
Después de haber sobrevivido el trauma de dejar atrás su apacible y regalada vida de pareja con doble ingreso y sin niños, ahora les toca mucho más duro. El cabro chico o la cabra chica van a hacer su debut en el mundo de la competencia, de la cual sólo salimos cuando nos enfundan con el pijama de madera. Más encima, eso les va a costar plata. Y paradójicamente mucha, si la postulación anda bien.
Bueno, no es tan terrible. Después de todo, se podría pensar que no hay gran cosa en juego, que no es tan terrible para el futuro de los niños, que pueden ser felices igual, que mejor relajarse.
Pero nada de eso es cierto. Si alguien no está urgido con la elección de colegio para sus cabros chicos es monje budista o se hace el que no le importa. Hay que admitirlo y vivir la neurosis mientras se lidia con monjas, curas y civiles obsesionados con el rendimiento, el proyecto educativo, la prueba simce y que, más encima, tienen el poder de elegirlo a uno.
Porque al que eligen en los colegios es a uno. Se selecciona a los padres, no a los niños. Así que ellos pueden relajarse, pero uno no. No quiere decir que el futuro de estos adorables pequeñitos esté en juego, porque está claro que hay que echarlos de la casa a los 18 si no queremos que se queden hasta los 35. Cómo se las arreglan de adultos será problema de ellos.
Esto de los colegios es más que nada, una cosa de orgullo propio. Tonto, pero propio. Sería peor si fuera tonto y ajeno
Uno se achaca cuando se acaban las entradas para un concierto o no encuentra zapatos de su talla. Cómo no lo va a pasar mal si se acaban las vacantes para un colegio. Así que nada, a vivir y disfrutar esa bendición que son los niños.
Y si no quedan en el colegio ese que tanto les gusta, no hay drama. La culpa no es de ellos. Es de ustedes.
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