Pelear y pololear

En la vida hay que saber pololear y también hay que saber pelear. Eso lo deben tener muy claro Michele Bachelet y Hugo Chávez, que nuevamente se topan frente a frente tras otro sinceramiento del presidente venezolano, aquel sobre el senado chileno y todo eso.

Quizás qué pensará Bachelet en su fuero íntimo sobre lo que dijo su colega en Venezuela. Porque de que hay gente que descorchó champán para el golpe de estado en el Senado, la hay. Y ese golpe terminó con la vida del papá de la presidenta.

Pero ella es jefa de estado, presidenta de todos los chilenos, para seguir la frase que se instaló en los ahora lejanos días de don Pato Aylwin. Entonces, piense lo que piense sobre Chávez, para bien o para mal, tiene que hacer dos cosas: ofenderse en la medida justa y mantener una relación cordial igual no más, por esto de los negocios, la integración energética y varias otras vainas.

Las relaciones entre países son como matrimonios del Opus Dei: La cuerda se estira hasta que una verdadera calamidad o una real agresión de una parte hacia la otra no deja otro camino que la separación o la anulación vaticana, en el caso de la pareja, y la guerra, en el caso de las relaciones de países.

Pero como nadie se va a ir a la guerra por las declaraciones de Chávez, la cosa es más sutil. Hay más tirantez. Bachelet no se ríe, no le festina el galanteo al bolivariano como en otros encuentros. Hace una declaración donde incluye la palabra respeto al hablar de las relaciones entre Chile y Venezuela.

Y Chávez sigue el guión, como aceptando el filo que le están dando sutilmente. Sabe que igual se va a mandar otra contra quien sea, porque sabe que igual lo toleran, que en la guerra fría alguien de su temperamento podría haber desatado una hecatombe nuclear, pero ahora no. Ahora todo se arregla con un gesto por acá, otro por allá, una foto, una sonrisa y vuelta a empezar.

Aunque nos vaya a durar poco si se sigue calentando, desde ese punto de vista, el mundo es un poco mejor ahora que antes.