Friday, April 13, 2007

Humanos en conserva

Como iniciativa del alcalde de Recoleta, Gonzalo Cornejo, han vuelto a la calle los sapos de micros. Ahora han sido rebautizados como GPS humanos.

Buena la idea de Cornejo, siempre que no venga de una nostalgia por los otros sapos, esos de pelo corto y anteojos oscuros que escribieron varias de las páginas más infames de los informes Rettig y Valech. De sólo recordarlos, a uno le viene un escalofrío. De hecho, hay gente que tirita sólo ante la visión de unos ray ban oscuros.

Pero bueno, recuperemos la alegría. Hay que dar la bienvenida al regreso de los sapos de micro. La partida de los GPS humanos evoca ese curioso arreglo ante el fracaso de los cobradores automáticos: los cobradores humanos.

Las micros que los usaban tenían letreros que lo anunciaban, como los buses interurbanos anuncian que tiene baños, televisor a color y servicio de snack. Uno se subía, y ahí estaba en su cubículo: el cobrador humano. Había algo tierno en la denominación de su pega. Uno esperaba que recibiera el importe del pasaje con una sonrisa de aliento, con una mirada de comprensión, con una empática alzada de cejas. Después de todo, eran lo más humanos que había en el antiguo transporte público.

La cosa es que ahora descubrimos que los sapos eran GPS humanos. Es esperanzador para la humanidad saber que todavía podemos darle la pelea a la tecnología. Por ejemplo, los chasquis del imperio Inca no eran otra cosa que correos electrónicos humanos. Los mateos del curso eran y son wikipedias humanas. Los empleados de los bancos son cajeros automáticos humanos. El cuidador de autos también conocido como “dele dele” puede ser desde un sistema de cobro por código de barras hasta un sistema de lavado de autos humano.

Por otro lado, los mensajes de texto, messenger, los blogs, los fotologs y otros artilugios propios de la ahora ya tan manoseada web 2.0 son una forma de expresar emociones en clave tecnológica, se podría decir que se trata de sensaciones humanas, inventemos palabras maquinalizadas.

La gran duda es si a estas alturas quedan máquinas-máquinas y humanos-humanos. Darwin disfrutaría la incógnita.

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