Un abrazo y un suicidio

Hoy, cinco de abril, hay cantidad para conmemorar. La Batalla de Maipú, por ejemplo, enfrentamiento contra las fuerzas realistas que ganó un general argentino y selló la independencia de Chile.

Sí, le debemos la independencia a un argentino, así que menos soberbia los que van por semana santa a Buenos Aires a arrasar con las tiendas trasandinas. De un tiempo a esta parte, nuestra equilibrada macroeconomía nos permite ver a los argentinos sobre el hombro, pero no es para andarse quebrando tanto tampoco, que eso limita peligrosamente con la rotería.

Le damos trabajo a las modelos argentinas como a las nanas que vienen de Perú, pero cuidado, recordemos que el argentino San Martín fue el que puso el wasabi en Maipú y que el chileno O’Higgins llegó a abrazarlo cuando la batalla ya terminaba y favorecía a los independentistas.

Ahora, hay que pensar bien en la imagen de ese abrazo. De partida, la reproducción pictórica muestra a los dos generales a caballo, lo que en realidad entorpece cualquier acción de abrazarse. Además, O’Higgins llegó con el brazo en cabestrillo a causa de una herida recibida días antes en la batalla de Cancha Rayada. Como abrazo, en realidad debe haber sido medio trunco.

“Gloria al Salvador de Chile”, le dijo O’Higgins a San Martín. Lo que respondió San Martín es como para quedarse pensando si el antiguo ninguneo argentino a los chilenos se origina en ese instante: “General, Chile no olvidará jamás al ilustre inválido que se presenta herido al campo de batalla”, replicó San Martín.

¿Eso de “ilustre inválido” era una burla o no? Otro misterio de la historia como los moais de Rapa Nui o Stonehenge.

El pobre O’Higgin moriría algo más de veinte años después lejos de Chile y del poder, luego de irse desvaneciendo hasta la ineludible muerte. El que prefirió explotar de una en vez de desvanecerse, también un cinco de abril, fue Kurt Cobain, que se suicidó en un día como hoy de 1994.

¿Qué vamos a decir de Cobain? Nada. Mejor nos vamos callando y escuchamos al rubio.