Carta abierta a los animales de un carnívoro irredento (en el día mundial sin carne)
Soy un carnívoro sin remedio. Lo confieso en el día mundial sin carne, después de un barros luco con tocino y papas fritas.
Alguna vez intenté dejar de engullir los cadáveres de nuestras hermanas vacas, de nuestros hermanos pollos y chanchos. Pero no pude. Es que no puedo resistir un lomo vetado sanguinolento o la sabrosura grasosa de un choripán.
Dudo que podamos también como país desembarazarnos de la tradición cavernaria del asado del fin de semana, del primitivismo del cordero al palo, de la ingestión de animales en la sofisticada cavidad mortuoria de masa que son las empanadas.
Hermanos animales de la tierra, el aire y el mar, en el día mundial sin carne, les pido perdón.
Como consuelo, piensen que, con el alimento que se le da a las vacas, una buena porción de la humanidad podría dejar de ser víctima del hambre, así que tampoco es que tengamos todas las de ganar cuando nos alimentamos de ustedes.
Supongamos que existe la reencarnación. Si así fuese, le doy permiso a cada uno de los especimenes que he comido para hacer lo mismo conmigo si una nueva vida me lleva a un eslabón inferior de la cadena alimenticia.
Supongamos que Dios y el cielo existen. Entonces, cuando nos veamos en el paraíso, no vamos a tener la necesidad de comérnoslos y nos amaremos eternamente, recordando lo bien que lo pasábamos nosotros en la parrilla y lo bien que sabía su carne.
Supongamos que no existe nada de eso. Entonces, no habría qué hacerle a todo esto. El que sabe más se come al que sabe menos o al que se defiende peor. Y sería todo. Pero tal vez llegue el día que la Tierra sea conquistada por extraterrestres que se alimenten exclusivamente de la especie humana. Ahí podrán tener su venganza.
Ojalá que la disfruten.
Alguna vez intenté dejar de engullir los cadáveres de nuestras hermanas vacas, de nuestros hermanos pollos y chanchos. Pero no pude. Es que no puedo resistir un lomo vetado sanguinolento o la sabrosura grasosa de un choripán.
Dudo que podamos también como país desembarazarnos de la tradición cavernaria del asado del fin de semana, del primitivismo del cordero al palo, de la ingestión de animales en la sofisticada cavidad mortuoria de masa que son las empanadas.
Hermanos animales de la tierra, el aire y el mar, en el día mundial sin carne, les pido perdón.
Como consuelo, piensen que, con el alimento que se le da a las vacas, una buena porción de la humanidad podría dejar de ser víctima del hambre, así que tampoco es que tengamos todas las de ganar cuando nos alimentamos de ustedes.
Supongamos que existe la reencarnación. Si así fuese, le doy permiso a cada uno de los especimenes que he comido para hacer lo mismo conmigo si una nueva vida me lleva a un eslabón inferior de la cadena alimenticia.
Supongamos que Dios y el cielo existen. Entonces, cuando nos veamos en el paraíso, no vamos a tener la necesidad de comérnoslos y nos amaremos eternamente, recordando lo bien que lo pasábamos nosotros en la parrilla y lo bien que sabía su carne.
Supongamos que no existe nada de eso. Entonces, no habría qué hacerle a todo esto. El que sabe más se come al que sabe menos o al que se defiende peor. Y sería todo. Pero tal vez llegue el día que la Tierra sea conquistada por extraterrestres que se alimenten exclusivamente de la especie humana. Ahí podrán tener su venganza.
Ojalá que la disfruten.
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