Papelucho en la clínica
Hace poco estuve en una clínica y me preguntaba por qué la gente te visita más cuando estás enfermo Es cuando peor te ves y menos quieres ver gente. Uno pasa tantos días bueno y sano en su casa, a veces con el bar bien provisto y de ánimo para charlar, pero nada. Penan las ánimas.
Pero espérate un accidente, una operación, un parto. Ahí si que te llueven las visitas. Justo cuando estás a medio morir saltando, con un camisón que te deja todo al descubierto por atrás, igual que a Jack Nicholson en esa película donde le da un giro asombroso a su carrera haciendo de viejo calentón, cuando una enfermera te tiene que llevar del brazo al baño, si es que acaso puedes ir y no estás condenado a la indignidad de la chata.
Justo cuando la indignidad se ha enseñoreado sobre tu persona, llegas a uno de los puntos altos de tu popularidad.
¿Será que a la gente le gustan esos tonos pasteles tan encantadores de las instituciones médicas? Porque el desfile es imparable. Y las visitas no tocan ni la puerta. Aparecen no más, a veces dándote un susto como para abrirte la herida. Por eso son tan permisivos con las visitas los médicos, porque te pueden alargar la estadía.
Porque no vamos a negar que las visitas médicas son un factor de riesgo. Como si ya no fuera suficientemente difícil entenderse con los médicos no faltan los amigos o parientes que empieza a decirte lo que tienes y qué tratamiento debes seguir. Al final, es difícil saber si el que te dijo que no podías comerte los chocolates que te llevan fue el doctor o el guatón Zamudio de la oficina. Otra amenaza real son los cabros chicos que lo primero que hacen es ponerse a jugar con los botones de la cama, haciéndote subir y bajar como monigote.
Cuando la enfermera pasa y te pregunta con su sonrisa sempiterna “necesita algo”, lo único que habría que decirle es “sí, lléveselos a todos”.
Pero espérate un accidente, una operación, un parto. Ahí si que te llueven las visitas. Justo cuando estás a medio morir saltando, con un camisón que te deja todo al descubierto por atrás, igual que a Jack Nicholson en esa película donde le da un giro asombroso a su carrera haciendo de viejo calentón, cuando una enfermera te tiene que llevar del brazo al baño, si es que acaso puedes ir y no estás condenado a la indignidad de la chata.
Justo cuando la indignidad se ha enseñoreado sobre tu persona, llegas a uno de los puntos altos de tu popularidad.
¿Será que a la gente le gustan esos tonos pasteles tan encantadores de las instituciones médicas? Porque el desfile es imparable. Y las visitas no tocan ni la puerta. Aparecen no más, a veces dándote un susto como para abrirte la herida. Por eso son tan permisivos con las visitas los médicos, porque te pueden alargar la estadía.
Porque no vamos a negar que las visitas médicas son un factor de riesgo. Como si ya no fuera suficientemente difícil entenderse con los médicos no faltan los amigos o parientes que empieza a decirte lo que tienes y qué tratamiento debes seguir. Al final, es difícil saber si el que te dijo que no podías comerte los chocolates que te llevan fue el doctor o el guatón Zamudio de la oficina. Otra amenaza real son los cabros chicos que lo primero que hacen es ponerse a jugar con los botones de la cama, haciéndote subir y bajar como monigote.
Cuando la enfermera pasa y te pregunta con su sonrisa sempiterna “necesita algo”, lo único que habría que decirle es “sí, lléveselos a todos”.
1 Comments:
Estoy en mi postoperatorio y se me abrió la herida riéndome con este post
jojojojo
Shidi !
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